Importante

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La creación del tiempo

En el mismo segundo en el que Adán se disponía a morder la manzana, esta fue atravesada por una flecha lanzada por Guillermo Tell que destrozó, a su vez, la destinada a precipitarse sobre la cabeza de Isaac Newton. En ese preciso instante comprendió Dios que cada acontecimiento debía ocurrir a su tiempo.

Horarios

Me gustan todas tus horas, pero te prefiero a las 07:10. Es entonces cuando abres los ojos y me miras como si el mundo empezara de nuevo.

Microcirco

   El domador hace desaparecer al león mientras realiza malabarismos con él sentado sobre un trapecio. La dificultad de este espectáculo que no supera los dos minutos de duración, queda normalmente recompensada con tres largos minutos de aplausos.

En el principio

Gracias a la hipnosis llegó a conocer algunos detalles de sus vidas anteriores. Con mucha paciencia atravesó los siglos de manera inversa a su curso habitual, hasta lograr recordar la incomodidad de aquella maldita hoja de parra y explicar su total aversión a cualquier tipo de manzana.

El universo de ambos se expandió en un beso que empezó antes de producirse y se prolongó más allá de ellos mismos. El pasado y el futuro desaparecieron en ese instante y, desde entonces, ellos simplemente son.

Enedina

   Enedina no leía libros, pero sí analizaba rostros, y veía en ellos las más increíbles historias de amor, los mejores relatos de miedo y los sucesos más extraordinarios jamás contados. Por eso, y no por vanidad, se maquillaba tanto: para ofrecer las mejores páginas de su vida en el caso de que alguien más fuera capaz de leerlas.

Se ruega silencio

   Cuando llega a casa después de un largo día de trabajo, solo espera encontrar silencio. Por eso su mujer apaga la televisión en cuanto lo ve entrar y sus hijos lo abrazan riendo en voz baja. A la hora de la cena, en la cocina del herrero solo se escucha el ruido sordo de las cucharas de palo.  

Tiempo de perogrullos

—Aquí estamos.
—Sí, aquí estamos.
—Mañana no se sabe.
—No, no se sabe.
—El tiempo vuela.
—La verdad es que sí.
—Que sí qué.
—Eso, que el tiempo vuela.
—Sí, claro. Siempre lo he dicho.
—Y yo.
—Y no se recupera.
—No, no vuelve.
—Por eso no debemos malgastarlo.
—No, no debemos.



Intermitentes

   Se querían a ratos, y no siempre al mismo tiempo. A veces estaban juntos y tenían la mente a kilómetros de distancia. Otras, se pensaban desde lejos y les bastaba con imaginarse. En ocasiones se echaban de menos, pero no en el mismo momento. Y debido a estas circunstancias, no faltaba quien les advirtiera de que esa intermitencia no podía ser amor, pero a ellos les daba lo mismo. Daba igual cómo se llamara aquello que tenían, porque lo único cierto era que ya no podían no tenerse.