Nunca la llamó Laura, aunque la nombraba constantemente.
Amor y Tesoro eran los sustantivos que más utilizaba, si bien podían ir precedidos del adjetivo posesivo mi.
Cariño era otro de sus nombres favoritos, y por eso lo intensificaba reduciendo su extensión: Cari, tráeme esto, Cari, tráeme lo otro. En ocasiones especiales, llegando a un minimalismo compartido por ambos, Laura se convertía en K.
Cuando se sentía un rey, la llamaba Princesa, y cuando se sabía débil, recurría a Vida.
Ella nunca echó de menos escuchar su nombre hasta el día que la llamó Claudia.