Papiroflexia

Siempre le había gustado la papiroflexia. Cuando era pequeña, su padre le había enseñado algunas formas básicas, como el clásico avión, el barco, o la pajarita. A partir de ese momento, siguió investigando por su cuenta nuevas formas de transformar el papel, convirtiendo cada pedazo que caía en sus manos en algo sorprendente. En pocos segundos, las servilletas de las cafeterías se convertían en una flota improvisada, y las cartas del banco pasaban a ser un zoológico de lo más variopinto, donde un elefante y una paloma podían convivir junto a un dragón o un brontosaurio
Una tarde, como tantas otras veces, tomó el papel que tenía ante ella y lo dobló por la mitad. Luego, siguió ensayando nuevos pliegues, hasta obtener una figura. Poco convencida, observó el resultado y frunció el ceño. Uno a uno, desanduvo todos sus pasos hasta tener entre sus manos un trozo de papel arrugado. Lo contempló durante unos instantes, y lo guardó en el cajón de su mesa de noche, a la espera de un nuevo intento.
Sin embargo, sabía que jamás conseguiría transformar ese papel. Por muchos dobleces que hiciera, seguiría siendo lo mismo: una nota escrita por su padre justo antes de quitarse la vida.

2 comentarios:

Asieta dijo...

Me encanta, el final es un poco triste, pero la manera de llegar a el es preciosa, ehorabuena, no sabía que escribieras tan bien, cuando publiques algo me avisas.

Belén Lorenzo dijo...

Muchísimas gracias! Me alegro de que te guste.